Hace tiempo, cuando le dije a mamá que mi mejor amigo vivía en Guadalajara, me dio tremendo sermonazo. Tibu, el tiburón, -el nombre ficticio con el que conocí a Oscar- podría ser un asesino serial, un traficante de órganos, un loco y muchas otras cosas. Mis padres creían que, por ley natural, toda amistad en red termina en un secuestro. Algo normal, considerando que en nuestro medio continuamente se muestran casos de violencia sexual y robo de datos personales producto de ciberamistades.
Antes de contarles sobre los fandoms y la historia de mis amigos de internet, hablemos de la amistad: Algunos psicólogos dicen que son producto de: (1) la proximidad con “el otro”, que no necesariamente debe ser física; (2) afinidad y gustos semejantes; (3) complementariedad; (4) experiencias en común. Con el tiempo, las amistades construyen identidades colectivas, sentido de pertenencia, estilos de vida y valores.
¿Qué es un fandom? El término deriva de la contracción de dos palabras anglosajonas: Fan (fanático) y kingdom (reino). Y, aunque no esté en el diccionario de la RAE, el uso de esta palabra en las comunidades juveniles nos lleva a creer que es un sustantivo usado para nombrar a aquellos que se identifican como seguidores de algo. Por eso pienso que los fandoms quizá existieron desde hace mucho. Recordemos, por poner algunos ejemplos, la fiebre de Werther que ocasionó Goethe en Europa; o el luto en 1893, cuando a Conan Doyle se le ocurrió matar a Sherlock Holmes.
A los 14 adoraba las bandas idol japonesas y no tenía nadie con quien compartir mis gustos, así que en Facebook me uní a grupos de fans mexicanos. Cierto día, un muchacho con la foto de un tiburón me envió una solicitud de amistad y acepté porque también sabía que le gustaba la misma música que a mí, estaba en uno de los grupos. Por chat, y sin conocernos de frente, nos hicimos buenos amigos. Cuando me uní al fandom del anime Hetalia, conocí a Mary, de Argentina y a Gabriela, de Honduras. Hacíamos chistes, hablábamos de las cosas que nos gustaban, planeábamos viajar y encontrarnos algún día; pero también nos apoyábamos cuando teníamos problemas en la vida real.
Con la cuasi-globalización del internet, los fandoms han logrado traspasar las barreras del espacio físico y se han vuelto en las aldeas globales de las que Mc Luhan hablaba. La idea de “aldea global” nos remite a un grupo de personas reducido, que interactúa de manera directa, continua y se conocen entre sí, como en una comunidad presencial; pero que, a su vez, está formada de individuos de todas partes del mundo, con costumbres distintas. Estas comunidades virtuales se manifiestan en distintas plataformas: Facebook, Twitter, YouTube, o aplicaciones especiales para fans, como Amino.
Los fandoms en línea son un nuevo e interesante espacio de socialización para jóvenes, formar parte de ellos me ha permitido compartir con gente que entiende mis peculiares gustos. Las relaciones que surgen de estas microcomunidades pueden llegar a ser muy profundas y duraderas, uno se va dando cuenta de que no importa la distancia si se quiere a una persona.
Internet es un mundo vasto y difícil de comprender: allí miles de personas –sí, igualitas a nosotros– interactúan y actúan. El acoso cibernético existe y cuidar nuestra integridad no está de más, pero tampoco nos dejaremos llevar por lo que dicen los medios, pues. Creer que todas las personas de internet quieren hacernos daño es demasiado. Las ciberamistades no tendrían que ser objeto de prohibición, sino de comprensión y estudio profundo, por suerte los investigadores del país ya comenzaron a girar la cabeza e interesarse en el Internet, apoyémosles.